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El muro que separa las dos Américas

Cada día cientos de hispanos cruzan ilegalmente la valla metálica que separa los Estados Unidos de México sin que las autoridades estadounidenses puedan hacer nada para detener esta avalancha. La invasión hispana ha llegado a tal extremo que han surgido los Minutemen, grupos paramilitares patrióticos que quieren proteger a su país de la amenaza del sur.

MEXICALI. (30.09.05) En las últimas tres décadas los Estados Unidos se han llenado de hispanos. Uno sólo tiene que dar un paseo por las calles del centro de Nueva York, Washington DC, Miami, Austin o Los Ángeles, por poner unos ejemplos, y la lengua que más se escucha, después del inglés, es el español. El “Aquí se habla español” se encuentra por todas partes. En las tiendas, en los autobuses, en las oficinas públicas, en la radio, en la televisión, en los bancos. El castellano está tan presente en el día a día estadounidense que unos turistas suizos llegaron a decir que “sería bueno saber español para conocer mejor a los Estados Unidos”.

Como el flujo de ilegales por la frontera es imparable, nadie sabe cuántos inmigrantes hispanohablantes hay actualmente en el país, pero las últimas estimaciones apuntan a que ya son más de 20 millones, y eso sin contar los nacionalizados. La comunidad hispana es la minoría étnica que más rápido crece en los Estados Unidos y eso se hace notar en ciudades como Los Ángeles. A las 8 de la mañana de cualquier día de trabajo, el centro de Los Ángeles se parece más a México D.F. que a cualquier ciudad estadounidense. En esta metrópolis californiana la influencia del mundo hispano es tan grande que el propio alcalde de la ciudad, Antonio Villaraigosa, es también un latino. Parece como si los hispanos, y concretamente los mexicanos, estuviesen reconquistando las tierras perdidas en su día. No hay que olvidarse de que Texas, Arizona, Nuevo México, California y partes de Nevada, Utah y Colorado pertenecían a la Nueva España, que posteriormente se convirtió en la República de México.

La invasión hispana es de tal magnitud que muchos ciudadanos estadounidenses han empezado a organizarse para contrarrestar esta avalancha humana. Hace pocas semanas se ha presentado una propuesta ante el Congreso de Washington para que el inglés se convierta en el único idioma oficial del país, ya que no puede ser que los hispanos vayan a las oficinas públicas y puedan hacer todas sus gestiones en español. El gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, ha declarado el estado de emergencia en los municipios fronterizos de su Estado ante la ineficacia de la guardia federal fronteriza en la aprehensión de los inmigrantes ilegales que saltan a diario el muro que separa la América rica de la América pobre. La cuestión de la inmigración hispana se ha convertido en los últimos años en un tema de ‘seguridad nacional’ hasta el punto de que han aparecido grupos civiles patrióticos, como los Minutemen, que han decidido tomar la justicia por su mano.

El nombre de los Minutemen viene de la época de la independencia de los Estados Unidos. Los milicianos americanos que vigilaban la costa de Boston recibían el nombre de Minutemen (hombres minuto) porque en el momento que divisaban a las chaquetas rojas inglesas en el horizonte sólo tardaban un minuto en preparase para la batalla. Los Minutemen de aquellos tiempos eran unos auténticos patriotas, ya que eran los primeros en arriesgar su vida para impedir la entrada del invasor. Los Minutemen actuales se creen lo mismo. Piensan que son unos héroes nacionales por perseguir con sus fusiles a los inmigrantes que, después de varios días de camino por el desierto, intentan saltar el muro entre las dos Américas. La mayoría de estos individuos son veteranos de guerra que están cansados de ver como las autoridades fronterizas no tienen los suficientes medios para proteger los 3.200 Km. de frontera que separan México de los Estados Unidos, y han decidido crear una especie de grupos paramilitares, cuyo objetivo es ‘salvar’ a la madre patria de la invasión del sur.

Pero no todos los estadounidenses piensan que los Minutemen del siglo XXI son unos héroes nacionales. Miles de ciudadanos americanos comprometidos con los derechos humanos de los inmigrantes también se han organizado en las zonas fronterizas de California, Nuevo México y Texas para hacerle el trabajo imposible a los Minutemen. ¿Quién lo diría? La frontera que cruza el desierto entre Estados Unidos y México está ahora llena de actividad. Se trata de un espectáculo único en el mundo que raya lo ridículo, pero que demuestra la esquizofrenia existente en la zona.

Primero están los jeep patrulla del Border Patrol, la guardia fronteriza federal, cuya misión es proteger la frontera de intrusos y traficantes. Después están los coches de los paramilitares que intentan cazar algún inmigrante ilegal. Delante de ellos, o al lado, o detrás, están los grupos pro derechos humanos que intentan desviar la atención de los Minutemen con insultos de todo tipo y bailando con focos de luces al son de un Techno estridente. Y en medio de todo este jaleo están los inmigrantes ilegales que, en principio, no dan crédito a lo que ven, pero que no pierden el tiempo y aprovechan el caos para desaparecer en la oscuridad del desierto.

La presencia de los Minutemen en las zonas fronterizas no ha mejorado en nada la situación, más bien la ha empeorado, ya que el estado de tensión es ahora mayor. Muchos temen que se produzca alguna muerte y que la situación se agrave aún más. No hay sólo el peligro de que los Minutemen utilicen sus armas para detener a algún inmigrante. La zona fronteriza es también el área de trabajo natural de muchos traficantes de drogas y de personas, y toda esa gente no ve nada bien que todas las noches unos cuantos paramilitares se dediquen a patrullar las inmediaciones del muro.”Los narcotraficantes ya han ofrecido 10.000 dólares por cada Minutemen”, declara Eduardo Burciaga, un residente de Mexicali.

Está claro que ni el muro de 3.200 Km. de largo y 3 metros de alto ni los Border Patrol ni los Minutemen pueden parar la avalancha de inmigrantes. Según comentan los mexicanos que ya están al otro lado de la frontera trabajando de ilegales en las granjas de California, saltar el muro no es muy difícil. La mayoría de ellos ha entrado al país por este método. “Te metes por el desierto, caminas tres días, saltas el muro, y ya está”, comenta un sonriente Cruz, natural de la región mexicana de Oaxaca y con más de 3 años de ilegal en los Estados Unidos. Pero tan fácil no es. Según las autoridades fronterizas estadounidenses, en los últimos doce meses 459 inmigrantes perdieron la vida en el desierto. Es triste, pero el muro natural parece que es más efectivo que el muro construido por el hombre.

Pese a todo, esas muertes no minan el deseo de miles y miles de latinoamericanos de poder algún día escapar de la pobreza y abrazar el sueño americano. Una encuesta realizada en México por el Pew Hispanic Centre de Washington, y que ha aparecido en todos los medios estadounidenses, indica que el 46% de la población mexicana reconoce que le gustaría vivir en los Estados Unidos, y que el 21% lo haría incluso con el estatus de ilegal. Esta noticia no debería sorprender a nadie que viva al otro lado de la frontera. Las políticas neoliberales introducidas en los años 90 en casi toda Latinoamérica, bajo recomendación o presión de la Casa Blanca, son la causa principal de que hoy millones de hispanos huyan hacia el norte del Continente.

Las privatizaciones masivas, la desregulación y la apertura de los mercados nacionales y la libre competencia han hecho que aumenten las diferencias entre pobres y ricos y que muchos tengan que emigrar porque en sus respectivos países ya no tienen donde trabajar o, si tienen donde, los salarios son tan bajos que incluso vale la pena arriesgar la vida por el desierto para salir de la miseria. Cuando uno pregunta: “¿Por qué quieres ir a los Estados Unidos?” La respuesta es casi siempre la misma: “Es que en casa la situación está muy mal, no hay trabajo”. Esto es lo que dice también Marbi, un hondureño que está esperando a que algún traficante le ayude a pasar por encima del muro, o por debajo, por los cientos de túneles subterráneos que hay entre Estados Unidos y México.

Por ahora en el norte hay trabajo de sobra para los hispanos. Justo aquel trabajo que muchos estadounidenses ya no quieren hacer. Los hispanos trabajan en las cocinas, de camareros, en la construcción, en la limpieza, de niñeras, en los establecimientos de comida rápida, en la recogida de fruta y en las escuelas de los barrios marginales. 8 dólares la hora por recoger tomates, 10 dólares la hora por trabajar en la construcción, 7 dólares la hora por trabajar de lavaplatos. Los hispanos trabajan por poco dinero y, como son ilegales, no hay que pagarles seguro social, con lo cual los más beneficiados son los empresarios estadounidenses. “Por la llegada de inmigrantes los salarios de la construcción no han subido desde hace años”, comenta Rolando, un salvadoreño que lleva en Austin (Texas) más de una década.

Es así, por culpa de la llegada de los inmigrantes ilegales: el obrero estadounidense que no tiene estudios gana hoy relativamente menos que hace diez años. Es por eso que los obreros nacionales que no han podido subir de escala social están furiosos. Es por eso que crece el racismo y aparecen personajes como los Minutemen. Las políticas neoliberales no sólo afectan a la América pobre, también hacen estragos en la América rica. No sólo hay un muro físico que separa la América del Norte de la América Latina. Incluso en los mismos Estados Unidos hay muros que separan a la gente rica de la gente pobre. Sólo hay que ver la cantidad de urbanizaciones amuralladas (gated communities) que hay en ese país para darse cuenta de esta circunstancia.

Muchos opinan que el tema de la inmigración masiva y la consecuente bajada en picado de los salarios, se solucionaría con una buena regularización. De esta manera, los inmigrantes trabajarían legalmente, contribuirían con sus impuestos a la hacienda pública y se eliminaría el mercado negro que tanto hace bajar a los salarios. Otros, en cambio, piensan que esa idea es una locura. Alexis Chadwick, una chica de Santa Cruz (California), explica por qué. Sus palabras son un buen reflejo del pensamiento de una gran parte de la población. “Los que piden que se abran las puertas a los inmigrantes son unos ingenuos. Es imposible acoger a todo el mundo. Los inmigrantes no van a dejar de llegar. Vienen a nuestro país porque es un país rico y sólo van a dejar de venir cuando nosotros estemos peor que ellos.” Mejor no se podría describir. Las palabras de Alexis son la cruda realidad de las Américas de hoy.

Pero hay otra realidad. Las migraciones masivas hacia los países del norte que vivimos hoy en día no se van a poder parar mientras imperen las políticas neoliberales en el mundo. Los países del norte han abrazado el libre mercado como modelo socioeconómico y ahora tienen que atenerse a las consecuencias. Las diferencias entre regiones ricas y pobres son ahora tan grandes que muchos abandonan a sus mujeres e hijos arriesgando sus vidas para mandar dinero a casa, y no hay muros que los puedan frenar. Hay que ser consecuentes. Si hay un libre flujo de dinero y de mercancías, debería haber también un libre movimiento de personas. La posición del Gobierno de los Estados Unidos es ciertamente oportunista. La Casa Blanca aboga por tratados de libre comercio con México, con Centro América y hasta con toda Latino América, pero cuando se propone un libre movimiento de personas, la respuesta es siempre negativa. La razón es que las desigualdades económicas son tan grandes que el país se vería literalmente invadido de la noche a la mañana de mexicanos, guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y nicaragüenses.

Pero eso tampoco es que sea tan malo, como lo pintan muchos. El choque entre diferentes culturas puede que traiga tensiones y roces en las primeras décadas. Pero a medida que la nueva cultura se va asentando en el país receptor, empiezan a surgir fusiones y mestizajes que demuestran como, a través de la migración, el ser humano se adapta a nuevas circunstancias, se enriquece, evoluciona y crea nuevas culturas. La inmigración hispana de las últimas décadas ha hecho que hoy muchos estadounidenses anglosajones hablen español, se interesen por el mundo latino, tomen comida mexicana y bailen al son de música hispana. En los Estados Unidos de hoy en día hay múltiples proyectos culturales, sociales y académicos que entrelazan la cultura anglosajona y la latina. La aleación está tan evolucionada que ha surgido incluso un nuevo pueblo, los chicanos, y un nuevo idioma, el spanglish.

Los Estados Unidos, quieran o no, son una víctima de su pasado. Durante décadas los americanos del norte estuvieron apoyando a dictadores y políticos corruptos sin preocuparse mucho por la cohesión social de Latinoamérica. Sólo les interesaba proteger los intereses económicos que tenían en la zona, y poco más. Poco les importó que las políticas neoliberales aumentasen las diferencias entre la América rica y la América pobre. Pero todo tiene un coste en el libre mercado, y esas políticas han tenido un precio: la progresiva españolización de la sociedad estadounidense. No se puede estar jugando durante años a introducir políticas neoliberales perjudiciales para gran parte de la población de los países del sur y ahora construir un muro de miles de kilómetros para impedir la llegada de los pobres. Eso va en contra de las reglas de la naturaleza, de la historia y de la humanidad. Como dijo en su día el sabio indio Heinmot Tooyakalet, también conocido como Jefe Joseph, de la tribu de los Nez Percés: “La tierra fue creada con la ayuda del sol y debería dejarse como estaba… El campo fue hecho sin líneas de demarcación, y no es asunto de hombre alguno dividirlo”.