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Orange juice – Reportage da Rosarno

Llegar a San Ferdinando, desde la colina que sobresale Rosarno, a través de una calle empinada e inaccesible, custodiada por hinojos salvajes y árboles de naranja, da la sensación de un verano que esta llegando en Febrero. Esta terminando la temporada agrícola calabrés, pero las calles están invadidas por personas de origen africano que pasan, en bicicleta como flechas, en búsqueda de un trabajo, un miserable trabajo, que les devuelva una migaja de humanidad. En San Ferdinando comienza el Infierno, el verdadero.
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La zona industrial, sepultada de plantas e hierbas, es el refugio, desde hace ya una década, de trabajadores agrícolas africanos que buscan, en este preciso lugar, el sentido de la comunidad y la solidaridad; toda la zona es una jungla grande, escondida, situada frente al mar azul y verde. En lo alto, hacia el cielo claro, se alzan densas nubes de humo negro, es la basura que se quema día y noche.

Temprano por la tarde, logro entrar en el campamento, el centro vital de la jungla; me recibe Tiam, senegalés, se da vuelta, me mira y me indica con un gesto de seguirlo. La parte central del campamento es un clásico mercado de Costa d’Oro: remeras, pantalones, medias, encendedores, pollo recién asado. Se destacan, sobre todas, las carpas del Ministerio del Interior, descoloridas y sucias, señal que el estado italiano no pisa este lugar desde hace años.
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Es Domingo y desde algunas carpas se escucha la crónica de los partidos de fútbol, alguien grita e insulta por un gol errado, otros festejan. Los africanos aman nuestro fútbol pero inician, inexorablemente, a odiar nuestra tierra que, día tras día, los maltrata y humilla.

En San Ferdinando acampan aproximadamente 1.600 personas hacinadas en carpas, en pésimas condiciones higiénico sanitarias; los baños ubicados en el interior de containers viejos y sucios, forman a su alrededor una letrina a cielo abierto, podrida y maloliente.

Estoy tratando de sacar fotos, cuando a mi alrededor se agrupan algunos jóvenes que comienzan a desahogarse; casi todos tienen permiso de residencia, me cuentan, pero falta el trabajo. En los últimos dos años, la cosecha de naranjas descendió sensiblemente, muchos productores de la zona fueron obligados a talar los arboles, la ganancia era prácticamente nula. Y Ellos, los africanos, ultimo anillo de la cadena, cuando trabajan, se descubren esclavos de un mercado inescrupuloso que los devuelve a una condición de semi-esclavitud, pagados, en la mejor de las hipótesis, 15-20 euros al día, obviamente en negro, sin derechos ni garantías.

Se trabaja poco, me cuenta Mboa, en el ultimo periodo al máximo una semana al mes, los más afortunados. Sueldo rigurosamente en negro y un porcentaje al caporal de turno. En el bolsillo quedan 15 euros al día por 10 horas de trabajo; un ejercito de invisibles cansados y hambrientos, pero tenaces al momento de reclamar sus derechos.