¿Y ahora? En el último tiempo el número de migrantes ha disminuido drásticamente. De los casi 60.000 que llegaron en febrero se calcula que en julio hubo sólo 1800 arribos, todo fruto del sangriento pacto europeo con Turquía que podemos resumir en: “más dinero les damos, menos migrantes tienen que llegar a Europa”. Esta escandalosa violación al derecho de asilo -que es un derecho universal con base individual- incluye la regla infame que establece que “por cada migrante que haya llegado después del 20 de marzo y haya sido rechazado en Turquía, daremos la bienvenida en Europa a un migrante de Turquía”. Migrantes – pero antes que nada, personas – son tratados como paquetes que se envían y se devuelven violando todos los derechos básicos y siguiendo criterios tan cínicos como esquizofrénicos que, afortunadamente, al momento no están teniendo una aplicación constante ni clara aunque ya hubo muchas deportaciones desde las islas griegas a Turquía. De hecho, todas las personas, sin importar su nacionalidad, que no son reconocidos como refugiados pueden ser deportadas a Turquía. Para decidir la deportación, no se tiene en cuenta la nacionalidad (ahora también los sirios están en peligro), sino el hecho de haber llegado a Grecia antes o después del 20 de marzo. Una de las pocas buenas noticias, es que desde el comienzo de julio las deportaciones desde las islas griegas se suspendieron a raíz de una serie de quejas de los solicitantes de asilo sirios, basadas en el hecho de que Turquía no puede ser considerada como un “tercer país seguro”. Se teme que en breve puedan recomenzar con la coordinación de la agencia Frontex, que hasta ahora ha dejado hacer el “trabajo sucio” al gobierno griego pero que, como en Italia, parece estar teniendo una papel relevante en la coordinación y la definición de los distintos procedimientos de identificación y expulsión. A propòsito de expulsiones, están aumentando aquellas desde otros países europeos hacia Grecia (aunque el Reglamento Dublín III no sea válido en Grecia), especialmente en algunos países de Europa del Este, como Bulgaria y Macedonia, mientras que, en otros países de Europa central y norte, en este momento no se estarían realizando deportaciones por tierra hacia Grecia. Sin embargo, lo que ocurrió sin lugar a dudas es que desde el cierre de Idomeni, Grecia de “país inseguro” (consagrado por varias decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos) se ha convertido de repente para Europa – e incluso de forma automática para ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados – en un país muy seguro y capaz de proteger los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo. Obviamente, el viaje que realizamos a Grecia en julio demostró que la realidad es exactamente lo contrario.
Vidas atrapadas, vidas negadas. Historias del viaje a Grecia, julio 2016
De la esperanza a la resignación. De viajar a través de las fronteras por la ruta de los Balcanes – arriesgada, dura, interminable, pero sigue siendo un viaje – al bloque, al pantano griego. Las puertas de las fronteras europeas se cerraron inexorablemente en la cara de los migrantes, los mismos migrantes que, con su extraordinario valor y su incesante deseo de libertad rompieron los muros de la Fortaleza Europa dando una lección de humanidad y dignidad a todos.
A partir de noviembre, aquellas fronteras que habían impreso en el imaginario colectivo caras, lugares y fronteras hasta el momento desconocidas, se cerraron de forma gradual. Al principio, para quienes no eran o no pudieron demostrar ser sirios, iraquíes o afganos, después también para los afganos. Por último – luego de la aplicación de nuevos “filtros” artificiales establecidos para agrandar el número de quienes no “merecen” el asilo político – para todos los migrantes procedentes de Turquía.
Desde febrero, todos los estados atravesados por la ruta de los Balcanes han cerrado sus fronteras de forma permanente o casi, tal es el caso de la frontera griego-macedonia. De esta manera, Idomeni se transformó de un lugar de tránsito a un lugar de descanso pero también en un espacio de resistencia y solidaridad. Pero las vidas y los derechos de los migrantes no eran importantes para la Unión Europea, que acababa de firmar un acuerdo criminal con la Turquía del dictador Erdogan, de esta manera Grecia se convirtio’ en una zona de limbo donde quedaron segregados más de 50.000 migrantes que llegaron demasiado tarde a Europa para reclamar por sus derechos.
¿Y ahora? En el último tiempo el número de migrantes ha disminuido drásticamente. De los casi 60.000 que llegaron en febrero se calcula que en julio hubo sólo 1800 arribos, todo fruto del sangriento pacto europeo con Turquía que podemos resumir en: “más dinero les damos, menos migrantes tienen que llegar a Europa”. Esta escandalosa violación al derecho de asilo -que es un derecho universal con base individual- incluye la regla infame que establece que “por cada migrante que haya llegado después del 20 de marzo y haya sido rechazado en Turquía, daremos la bienvenida en Europa a un migrante de Turquía”. Migrantes – pero antes que nada, personas – son tratados como paquetes que se envían y se devuelven violando todos los derechos básicos y siguiendo criterios tan cínicos como esquizofrénicos que, afortunadamente, al momento no están teniendo una aplicación constante ni clara aunque ya hubo muchas deportaciones desde las islas griegas a Turquía. De hecho, todas las personas, sin importar su nacionalidad, que no son reconocidos como refugiados pueden ser deportadas a Turquía. Para decidir la deportación, no se tiene en cuenta la nacionalidad (ahora también los sirios están en peligro), sino el hecho de haber llegado a Grecia antes o después del 20 de marzo. Una de las pocas buenas noticias, es que desde el comienzo de julio las deportaciones desde las islas griegas se suspendieron a raíz de una serie de quejas de los solicitantes de asilo sirios, basadas en el hecho de que Turquía no puede ser considerada como un “tercer país seguro”. Se teme que en breve puedan recomenzar con la coordinación de la agencia Frontex, que hasta ahora ha dejado hacer el “trabajo sucio” al gobierno griego pero que, como en Italia, parece estar teniendo una papel relevante en la coordinación y la definición de los distintos procedimientos de identificación y expulsión. A propòsito de expulsiones, están aumentando aquellas desde otros países europeos hacia Grecia (aunque el Reglamento Dublín III no sea válido en Grecia), especialmente en algunos países de Europa del Este, como Bulgaria y Macedonia, mientras que, en otros países de Europa central y norte, en este momento no se estarían realizando deportaciones por tierra hacia Grecia. Sin embargo, lo que ocurrió sin lugar a dudas es que desde el cierre de Idomeni, Grecia de “país inseguro” (consagrado por varias decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos) se ha convertido de repente para Europa – e incluso de forma automática para ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados – en un país muy seguro y capaz de proteger los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo. Obviamente, el viaje que realizamos a Grecia en julio demostró que la realidad es exactamente lo contrario.
¿Y ahora? En el último tiempo el número de migrantes ha disminuido drásticamente. De los casi 60.000 que llegaron en febrero se calcula que en julio hubo sólo 1800 arribos, todo fruto del sangriento pacto europeo con Turquía que podemos resumir en: “más dinero les damos, menos migrantes tienen que llegar a Europa”. Esta escandalosa violación al derecho de asilo -que es un derecho universal con base individual- incluye la regla infame que establece que “por cada migrante que haya llegado después del 20 de marzo y haya sido rechazado en Turquía, daremos la bienvenida en Europa a un migrante de Turquía”. Migrantes – pero antes que nada, personas – son tratados como paquetes que se envían y se devuelven violando todos los derechos básicos y siguiendo criterios tan cínicos como esquizofrénicos que, afortunadamente, al momento no están teniendo una aplicación constante ni clara aunque ya hubo muchas deportaciones desde las islas griegas a Turquía. De hecho, todas las personas, sin importar su nacionalidad, que no son reconocidos como refugiados pueden ser deportadas a Turquía. Para decidir la deportación, no se tiene en cuenta la nacionalidad (ahora también los sirios están en peligro), sino el hecho de haber llegado a Grecia antes o después del 20 de marzo. Una de las pocas buenas noticias, es que desde el comienzo de julio las deportaciones desde las islas griegas se suspendieron a raíz de una serie de quejas de los solicitantes de asilo sirios, basadas en el hecho de que Turquía no puede ser considerada como un “tercer país seguro”. Se teme que en breve puedan recomenzar con la coordinación de la agencia Frontex, que hasta ahora ha dejado hacer el “trabajo sucio” al gobierno griego pero que, como en Italia, parece estar teniendo una papel relevante en la coordinación y la definición de los distintos procedimientos de identificación y expulsión. A propòsito de expulsiones, están aumentando aquellas desde otros países europeos hacia Grecia (aunque el Reglamento Dublín III no sea válido en Grecia), especialmente en algunos países de Europa del Este, como Bulgaria y Macedonia, mientras que, en otros países de Europa central y norte, en este momento no se estarían realizando deportaciones por tierra hacia Grecia. Sin embargo, lo que ocurrió sin lugar a dudas es que desde el cierre de Idomeni, Grecia de “país inseguro” (consagrado por varias decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos) se ha convertido de repente para Europa – e incluso de forma automática para ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados – en un país muy seguro y capaz de proteger los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo. Obviamente, el viaje que realizamos a Grecia en julio demostró que la realidad es exactamente lo contrario.
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Texto y fotografías de Antonio Sempere