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Vidas atrapadas, vidas negadas. Historias del viaje a Grecia, julio 2016

De la esperanza a la resignación. De viajar a través de las fronteras por la ruta de los Balcanes – arriesgada, dura, interminable, pero sigue siendo un viaje – al bloque, al pantano griego. Las puertas de las fronteras europeas se cerraron inexorablemente en la cara de los migrantes, los mismos migrantes que, con su extraordinario valor y su incesante deseo de libertad rompieron los muros de la Fortaleza Europa dando una lección de humanidad y dignidad a todos. A partir de noviembre, aquellas fronteras que habían impreso en el imaginario colectivo caras, lugares y fronteras hasta el momento desconocidas, se cerraron de forma gradual. Al principio, para quienes no eran o no pudieron demostrar ser sirios, iraquíes o afganos, después también para los afganos. Por último – luego de la aplicación de nuevos “filtros” artificiales establecidos para agrandar el número de quienes no “merecen” el asilo político – para todos los migrantes procedentes de Turquía. Desde febrero, todos los estados atravesados por la ruta de los Balcanes han cerrado sus fronteras de forma permanente o casi, tal es el caso de la frontera griego-macedonia. De esta manera, Idomeni se transformó de un lugar de tránsito a un lugar de descanso pero también en un espacio de resistencia y solidaridad. Pero las vidas y los derechos de los migrantes no eran importantes para la Unión Europea, que acababa de firmar un acuerdo criminal con la Turquía del dictador Erdogan, de esta manera Grecia se convirtio’ en una zona de limbo donde quedaron segregados más de 50.000 migrantes que llegaron demasiado tarde a Europa para reclamar por sus derechos.
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¿Y ahora? En el último tiempo el número de migrantes ha disminuido drásticamente. De los casi 60.000 que llegaron en febrero se calcula que en julio hubo sólo 1800 arribos, todo fruto del sangriento pacto europeo con Turquía que podemos resumir en: “más dinero les damos, menos migrantes tienen que llegar a Europa”. Esta escandalosa violación al derecho de asilo -que es un derecho universal con base individual- incluye la regla infame que establece que “por cada migrante que haya llegado después del 20 de marzo y haya sido rechazado en Turquía, daremos la bienvenida en Europa a un migrante de Turquía”. Migrantes – pero antes que nada, personas – son tratados como paquetes que se envían y se devuelven violando todos los derechos básicos y siguiendo criterios tan cínicos como esquizofrénicos que, afortunadamente, al momento no están teniendo una aplicación constante ni clara aunque ya hubo muchas deportaciones desde las islas griegas a Turquía. De hecho, todas las personas, sin importar su nacionalidad, que no son reconocidos como refugiados pueden ser deportadas a Turquía. Para decidir la deportación, no se tiene en cuenta la nacionalidad (ahora también los sirios están en peligro), sino el hecho de haber llegado a Grecia antes o después del 20 de marzo. Una de las pocas buenas noticias, es que desde el comienzo de julio las deportaciones desde las islas griegas se suspendieron a raíz de una serie de quejas de los solicitantes de asilo sirios, basadas en el hecho de que Turquía no puede ser considerada como un “tercer país seguro”. Se teme que en breve puedan recomenzar con la coordinación de la agencia Frontex, que hasta ahora ha dejado hacer el “trabajo sucio” al gobierno griego pero que, como en Italia, parece estar teniendo una papel relevante en la coordinación y la definición de los distintos procedimientos de identificación y expulsión. A propòsito de expulsiones, están aumentando aquellas desde otros países europeos hacia Grecia (aunque el Reglamento Dublín III no sea válido en Grecia), especialmente en algunos países de Europa del Este, como Bulgaria y Macedonia, mientras que, en otros países de Europa central y norte, en este momento no se estarían realizando deportaciones por tierra hacia Grecia. Sin embargo, lo que ocurrió sin lugar a dudas es que desde el cierre de Idomeni, Grecia de “país inseguro” (consagrado por varias decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos) se ha convertido de repente para Europa – e incluso de forma automática para ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados – en un país muy seguro y capaz de proteger los derechos de los migrantes y solicitantes de asilo. Obviamente, el viaje que realizamos a Grecia en julio demostró que la realidad es exactamente lo contrario.

La vida (imposible) de los migrantes en Grecia: entre esperas interminables y expectativas exterminadas

¿Cómo se sienten los migrantes deportados violentamente de la esperanza de Idomeni a la resignanción de los centros del gobierno griego? Están mal, muy mal. Gran parte de las 57.000 personas atrapadas en Grecia están acampando (un término más apropiado que nunca) en las estructuras – casi siempre insuficientes e improvisadas – sobre todo en las zonas de Atenas y Tesalónica. Ahora, las órdenes griego-europeas solicitan bloquear a todos los migrantes en los centros del gobierno boicoteando al máximo los centros informales, mientras que también proporciona la oportunidad – como sucedió con el puerto de Pireo – de poner en práctica los desalojos forzosos. Y los centros de gobierno – como Elliniko sobre el que hablaremos más adelante – no son mejores que los otros bajo ningún aspecto: se encuentran a menudo en zonas remotas o fuera de la ciudad, algunos muy cerca de las zonas industriales con materiales y sustancias tóxicas; hay una escasez de intérpretes y mediadores y una presencia no constante de ACNUR y algunas ONG, generalmente ausentes los fines de semana y fuera de los horarios “de oficina” (es decir, después de las 5 de la tarde). La información suministrada es escasa y golpea sobre todo a quienes tienen menos posibilidades y esperanzas (como los afganos y pakistaníes). Además muchos sujetos “vulnerables” (niños, ancianos, mujeres embarazadas, personas con problemas físicos y mentales) están obligados a vivir en campos en condiciones inhumanas sin los cuidados correspondientes a su situación. También en este caso estamos hablando de un número significativo de sujetos ya que, por ejemplo, se estima que actualmente en Grecia hay casi un millar de menores no acompañados forzados a vivir en esa situación.
Manifestación de activistas del No Border Camp en el centro gubernamental
Manifestación de activistas del No Border Camp en el centro gubernamental
¿Cuáles son los derechos y las oportunidades de aquellos que se encuentran en Grecia? Teóricamente tienen tres posibilidades: pedir protección internacional en Grecia, pedir la reubicación (es decir, estar entre aquellos que tendrán la oportunidad de ir a otro país europeo) o solicitar la reagrupación familiar. Cada una de estas posibilidades excluye automáticamente a las otras, y de hecho, las dos únicas opciones que garantizan un futuro digno para los migrantes – que es la reubicación y la reunificación familiar – son las más difíciles. ¿Por qué? Partamos de la reubicación (o relocation). Pueden solicitarla solamente los que vienen de Siria, Yemen, Eritrea y la República Centroafricana (Irak fue excluido). Con este procedimiento, les quieren dar gato por liebre: alrededor de un año después de su inauguración, poco más de 3.000 solicitantes de asilo han sido capaces de acceder a esta opción, es decir sólo el 2% de los 160.000 previstos antes de septiembre del 2017 por la Unión Europea. Por otro lado, la elección de los países (la solicitud permite la selección de 8 países de destino en orden de preferencia) a menudo es una “falsa” opción, ya que varios inmigrantes nos dijeron que estaban “asignados” a países que no eran los que ellos habían solicitado. Sin embargo, para los pocos “afortunados” la odisea no termina con la aprobación de la solicitud. Después de entrar en las cuotas para la reubicación, en algunos casos se debe pasar por una entrevista con las embajadas de los países de destino si así lo solicitan. ¿Qué sucede en estos casos? Que algunas embajadas – principalmente la francesa pero también la holandesa – someten a los entrevistados a audiencias apremiantes para luego rechazar la solicitud aludiendo “razones de seguridad” u otras que de todos modos presentan como incuestionables. Es en este momento que se terminan las esperanzas en el sentido de que el procedimiento de reubicación es aplicable sólo a un país y por lo tanto, en caso de rechazo el solicitante es excluido automáticamente y se ve obligado a permanecer en Grecia, incluso si el segundo país está dispuesto a aceptarlo. De acuerdo con la información que obtuvimos, casi un tercio de los que han pedido la reubicación en Francia fueron rechazados (50 de 150 en total). Hay que añadir que los que llegaron después del 20 de marzo y (todavía) no han sido deportados no pueden pedir la reubicación, en el mejor de los casos pueden pedir asilo político en Grecia o reunificación familiar. En teoría, también estas dos opciones con el plazo del 20 de marzo no serían válidas, pero parece que hay mucha confusión sobre eso y también un gran silencio por falta de las autoridades. La otra posibilidad es, precisamente, el procedimiento de reagrupación familiar, que se refiere al derecho de unidad familiar. Sin embargo, incluso aquí hay pocos que son capaces de acceder a este derecho que se limita al marido, mujer e hijos menores de edad. Y en este último caso, a menudo sucede que los niños hacen la solicitud de reagrupación y luego debido a los retrasos burocráticos, se hacen mayores y pierden este derecho. E incluso para aquellos que tienen todos los documentos listos para la reunión – como algunas familias sirias que encontramos en el puerto de Pireo – hay que esperar por lo menos 4-5 meses en Grecia continuando a vivir en condiciones inhumanas. La tercera opción es la peor, pero también la más simple y “promovida“, por otro lado señalamos que para muchos de los que están en Grecia es la única salida. Para aquellos que no son sirios o iraquíes (y para los iraquíes sólo bajo ciertas condiciones) y para quienes no pueden pedir la reunificación, es decir casi la mitad de los migrantes atrapados en Grecia – la mayoría afganos – la única opción es la de pedir asilo político en Grecia con dos opciones: ver rechazada la solicitud de asilo político y por lo tanto vivir como invisibles sin ningún derecho o recibir una forma de protección internacional y seguir siendo condenados a vivir una vida de clase B en un país que no garantiza los derechos y servicios (empleo, vivienda, servicios sociales, apoyo legal), incluso a aquellos que desde hace años viven con un permiso de residencia regular. Además, por lo que nos dijeron, algunas ONG que trabajan en campos del gobierno no dan información correcta o completa de la existencia de las tres opciones mencionadas anteriormente y “sugieren” a los solicitantes de asilo que no requieran ni la reubicación ni la reunificación de la familia, sino más bien que busquen asilo en Grecia. Una novedad importante del “laboratorio Grecia” es el discutido “procedimiento de registro previo“, una especie de vía intermedia entre la nada y el asilo político. El pre-registro debería cubrir aquellos llegados desde 1 enero 2015 hasta el 20 marzo 2016 (aunque en realidad se pre-registran también los que llegaron después de esa fecha, independientemente de los próximos pasos que tendrán que hacer) y se emitirá una tarjeta que permitarà permanecer regularmente en Grecia, pero que no permitirá a su poseedor, ser reconocido como un solicitante de asilo. La preinscripción puede ser impresa (se realiza principalmente en campos del gobierno) o por Skype y a través de ella se puede hacer una cita para el registro. Estas acrobacias burocráticas están dirigidas al fichaje de todos los migrantes y para darles la impresión de que se incluyeron en un procedimiento rápido y bien organizado, pero en realidad se relegan en un “término medio“, ya que los tiempos para ser “realmente” registrados son demasiados largos. Ambos procedimientos – a través de Skype o en persona en centros públicos – proceden muy lentamente (al momento han sido pre-registrados 26.000 migrantes en Grecia, menos de la mitad del total), y a la expectativa de pre-inscripción, se suma la de la registración que es aun más larga. A esto se añade la cuestión de la diferencia de los derechos y servicios entre los preinscriptos y los ya registrados, que sigue siendo controvertida y todavía mal definida.
Campamento en el campo del gobierno
Campamento en el campo del gobierno

El puerto de Pireo: de campo de tránsito a campo no deseado

La ruta de los Balcanes fué siempre una constelación de fronteras y zonas de tránsito, con el tiempo las primeras han reemplazando a las segundas, como ocurrió en el puerto de Pireo, en el centro-sud de Atenas. Un triste destino para un lugar que en algún momento fue el trampolín hacia Idomeni, el inicio del largo pero todavía posible viaje hacia el corazón de Europa. Desde allí llegaban todos los migrantes que habían sobrevivido al viaje en bote desde las costas turcas. Hasta principios del 2016, esta fue la zona de tránsito por excelencia. Los barcos entraban en el puerto e inmediatamente aparecían decenas de carteles de compañías de transporte que, aprovechando el negocio, habían destinado muchos de sus autobuses a la ruta Atenas-Idomeni. Luego del desembarco, los buses tardaban unos pocos minutos en llenarse. Quienes no disponían de los 25-30 euros para pagar el viaje se iban directamente a Atenas a buscar ayuda y dinero. Esta situación se mantuvo durante muchos meses pero luego las fronteras se cerraron y el puerto sufrió la peor de las metamorfosis convirtiéndose en un campamento “informal” (es decir no instalado por las autoridades) donde aproximadamente 2000 personas duermen en pequeñas tiendas apiñadas entre escombros y sobre el asfalto ardiente. Entre quienes están en esta situación hay una enorme variedad de historias y sueños: hay quien espera para hacer el “pre-registro” y quien ya lo hizo pero se pregunta cuánto deberá esperar para la registración “real”; quien ha solicitado la reubicación o reunificación familiar y quien ha obtenido alguna de las dos pero aún se ve obligado a permanecer allí durante meses. Las carpas se multiplican como la hierba: bajo los puentes, cerca del muelle, alrededor de las viejas instalaciones portuarias. En particular, un grupo de 500 personas, en su mayoría afganos, están acampando dentro de un gran edificio al centro de esta zona portuaria. Estaban acampando… El 13 de julio, volvimos allí por la tarde, más allá del calor sofocante y la falta de viento la atmósfera es extraña. Algo se llevó todo de repente, como un tornado, pero en Atenas en este momento dificilmente puede haber ocurrido un desastre natural. Parece ser culpa de un ser humano a pesar de que el término humanidad es inapropiado. Encontramos restos de un desalojo, todo el edificio estaba vacío, cortinas arrancadas y destruidas por la violencia de una excavadora que arrasó con las pocas pero fundamentales posesiones de quienes vivían allí. Un incesante y silencioso llanto acompaña a los gestos de una mujer que excava a través de los restos para encontrar ese pedazo de papel plegado que certifica su presencia fantasma en Europa. Sin ese trozo de papel no es ni siquiera un fantasma, ni un número, no es nada. Pasa una niña con un zapato en la mano, al menos un pie está salvado. Mientras tanto, en el edificio casi completamente vacío, algunos trabajadores del puerto lavan el suelo con mangueras. Fuera del edificio, otras mujeres y niños lloran, otros al lado gritan su rabia. Hablamos con algunos voluntarios de las asociaciones que trabajan en el puerto y nos dicen que esa mañana, unas horas antes de nuestra llegada, la policía griega ha desalojado por la fuerza todo el edificio, literalmente arrancando las tiendas con excavadoras. Nos describen escenas de desesperación y de intentos de recuperar la poca ropa y objetos personales que las excavadoras estaban devorando. El clima de tensión entre los voluntarios presentes es palpable. Algunos parecen cómplices (como el miembro de una ONG que nos ha impedido la toma de fotografías diciendonos que arriesgabamos con ser detenidos), algunos prefieren permanecer en silencio, otros parecen resignados, otros indignados y con ganas de contar lo que habían visto. grecia4-2.jpg Este desalojo violento, como muchos otros, es parte del plan del gobierno (y de Europa) para la organización de la (no) recepción de los migrantes en Grecia. El objetivo es tener todo bajo control e impedir o boicotear el establecimiento y mantenimiento de las instalaciones y áreas informales, por definición más libres y por lo tanto menos controlables. Todavía hay muchas personas en Pireo, pero la sensación es que esa zona volverá a ser despejada en breve. “No os preocupéis, que os llevaremos a un lugar mejor que este“, dijo la policía, mientras expulsaban los migrantes del puerto. Dadas las condiciones de los campos del gobierno, lo dudamos seriamente. En los alrededores, la vida sigue su curso. Al momento, los sirios están seguros, hoy hacen la vista gorda con los afganos. A partir de una tienda de campaña bajo el puente se levantó un brazo, alguien nos llama. Enfocamos, tratando reconocer las caras, nos volvemos pensando que a lo mejor la llamada no se dirige a nosotros, pero no hay otros my friend en la zona. Luego aceptamos la invitación, sin hacer preguntas, aquí funciona así, nos reconocemos sin saber uno del otro, nos hacemos amigos en un instante. Nos sentamos en las alfombras entre dos tiendas y ya tenemos una taza de té humeante y azúcar. La mujer al lado de nosotros tiene la cabeza rodeada por un pañuelo, fuma sonriendo y nos presenta una de sus seis hijos, Giuliana, de 14 años. Tal vez sea por su nombre, pero Giulana queda fascinada al enterarse que somos de Italia y en seguida comienza un intercambio de palabras escritas en un cuaderno. Giuliana tiene sed de conocer, ya habla árabe, kurdo, turco, inglés, un poco de francés, pero quiere saber cómo decir hola en italiano, como se dice “Te amo“. Nos muestra las páginas de su cuaderno con las palabras extranjeras de los my friend conocidos durante los largos meses de espera que hay en el puerto, bajo el puente. Mientras tanto, Letizia, que viaja con nosotros, está mostrando a la madre de Giuliana la foto de su hija, también ella tiene 14 años, también ella es hermosa y sonriente como Giuliana. Entonces ¿por qué los ojos de Letizia brillan con lágrimas y sus manos tiemblan mientras muestra la imagen en el teléfono? Comienzan las historias con la ayuda de la lengua inglesa, y con el poco de árabe que conocemos. La historia comienza en Rojava, Siria, y continúa en Turquía por dos años. Ellos también han pasado por Idomeni, intentaron cruzar el río a pie en la frontera con Macedonia. Mostramos unos a otros las imágenes de Idomeni, tan grande es la emoción cuando reconocemos el joven amigo de Marta, Mohammed. La familia de Giuliana es “afortunada“, el padre y dos hermanos viven desde hace algún tiempo en Alemania, donde los niños juegan al fútbol con éxito. Ellos hicieron y obtuvieron la solicitud de reagrupación debido a que los cuatro hijos son menores de edad y permanecieron con su madre. Ahora sólo deben esperar. ¿Cuánto? ¿Días, semanas? No, meses, al menos cinco dice la burocracia griega. Aquí, de nuevo, el tiempo suspendido, la espera interminable, el sueño que parece dar vuelta a la esquina, pero sigue siendo un sueño hasta que no se pise la tierra prometida. Afortunadamente Giuliana es la mayor de los hermanos, si estuviera próxima a los 18 años, esta expectativa podría significar para toda la familia la anulación de todas las esperanzas. Antes de salir, intercambiamos los contactos de Facebook y nos proponen tomar una foto de grupo así que no nos olvidarán. Aceptamos, pero no lo necesitamos, no podemos olvidarnos ni de Giuliana, ni de ninguno de ellos.

Entre los campos del gobierno griego: donde no hay plazas para la recepción

No estamos seguros de estar en el lugar correcto cuando la primera imagen que se nos presenta es una especie de chatarrería a cielo abierto. Apenas nos acercamos descubrimos que entre los residuos de diversos tipos y objetos acumulados hay alguien, pero no tenemos tiempo para averiguar quién es, porque inmediatamente se acerca hacia nosotros una niña de cuatro años, la boca, las manos y el vestido sucios de yogur. Más tarde descubriremos que su nombre es Fátima. En un momento también Marta se vuelve blanca y pegajosa con la niña en sus brazos, su hermano Mahdi uno año mayor que ella nos trae dos sillas con ruedas improvisando un aula en medio de la carretera. El pequeño nos pide un bolígrafo y comienza a completar una tabla de pregrafismo con números. Mientras tanto, Faiza y Narghes enseñan a Marta a pronunciar los primeros diez nùmeros. Ella se concentra repitiendolos, pensando en aprender sus primeras palabras en farsi, pero, después de los tres primeros, se da cuenta con asombro que se trata de los números griegos. Niños afganos que repiten fragmentos de memoria de los estudios griegos antiguos superiores, todo eso en la plaza sucia y vacía en frente al antiguo aeropuerto. grecia5.jpg Elliniko, la zona sureste de Atenas, es el emblema de las contradicciones e injusticias del mundo actual. El sitio del antiguo aeropuerto de Atenas, donde se desarrollaron los juegos olímpicos de 2004, hoy es una serie de estructuras deterioradas y totalmente abandonadas después de la gloria olímpica y la especulación inmobiliaria inherente. Hoy en día estos lugares abandonados se han convertido, por un sádico juego del destino, en lugares donde las personas y sus derechos están abandonados. El ex estadio de hockey de Elliniko ya fue escenario de una de las primeras deportaciones de otoño de los “no-SIA” (sirios, iraquíes, afganos) de Idomeni hacia otras partes de de Grecia. Hoy en día, al lado del estadio, cerca de 2.000 personas viven amontonadas peor que los animales a la intemperie, en el interior del antiguo aeropuerto y en otro pabellón de deportes. Muchos de ellos son afganos y sirios, se encuentran en otra estructura adyacente donde, sin embargo, no está permitido el acceso. grecia6.jpg El escenario que se nos presenta es asombroso: cientos de inmigrantes (entre ellos muchos niños) acampan sobre un montón de basura y comida en mal estado. Caminamos unos 200 metros y a la izquierda vemos el edificio del antiguo aeropuerto. Entramos y vemos una interminable extensión de carpas, en su mayoría pobladas por los afganos obligados a vivir en condiciones inhumanas. Falta espacio vital, las tiendas están agrupadas una sobre otra, hay suciedad en todas partes y charcos de agua y barro. “¡Estamos viviendo como animales, aquí hay 5 duchas para 1.500 personas!” nos dicen algunos afganos que nos invitan a tomar el té y nos cuentan de su viaje. Entre ellos una mujer joven con 4 hijos también obligada a vivir allí (donde no hay servicio específico para los niños y las personas vulnerables). Nos muestran su tarjeta de pre-registro y nos preguntan si tienen la oportunidad de ir a otro país europeo. Decimos que para ellos es muy difícil si no tienen familiares en Europa. De hecho, sabemos que no es difícil, es prácticamente imposible, pero nosotros queremos darles aunque sea una pequeña esperanza. En esa situación no sólo se desvanecen las esperanzas, sino también la dignidad humana. Dos días más tarde nos enteramos de que en ese lugar un chico afgano murió tras una pelea con un connacional. Y esa es otra muerte debida a la desesperación y exasperación, otra muerte que pesa sobre la conciencia de una Europa que está obligando a decenas de miles de personas, a no vivir y a no tener futuro. Y esto, recordemos, es un campo de gobierno. grecia7-2.jpg Skaramagas, zona industrial y portuaria al oeste de Atenas. Un olor que te inunda el cuerpo, un veneno que te mata lentamente, residuos tóxicos, los derrames de las industrias de los alrededores. Llegamos en auto y nos vemos obligados a subir rápidamente las ventanillas más allá del calor agobiante. Podríamos hablar de homicidio legalizado desde el momento que estamos entrando en un campo del gobierno, uno de los tantos campos donde vienen ubicadas – o son mayormente deportadas- familias enteras, niños y ancianos incluidos. A la entrada nos “da la bienvenida” un pequeño grupo de policías, hacen hincapié en decir que ahí adentro se vive bien, que ahora no podemos entrar porque es la hora del almuerzo y no es educado molestar a las familias – son las cuatro de la tarde y en cuanto a molestar no es necesario ningún comentario lamentablemente – pero que si queremos esperar, un poco más allá hay un lindo lugar para comer. Las palabras son acompañadas de gestos y sonrisas burlonas típico de quien se siente fuerte en su rol, de un uniforme ostentoso que oculta la pobreza del alma. Será ironía del destino o un presagio nefasto, pero el lindo lugar en cuestión resulta ser un bar interno en una estación de servicio de nombre Cosa Nostra, junto a una bandera italiana. Una vez adentro, caminamos a través de extensiones infinitas de containers alternadas con una fila de baños químicos, todo bajo el sol abrasador. Hay muchos colchones afuera en el piso, entre las filas de containers. Es imposible dormir adentro pero afuera la situación no es mejor y el goteo de agua podrida que atraviesa la plaza entera sugiere algún problema con las cloacas. Aquí y allá brotan pequeños kioscos, donde se venden sandías, falafel, bebidas y se cortan barbas y cabellos detrás de precarias cortinas. Una especie de microeconomía interna que, como sucede en otros campos en Grecia (al igual que en Italia), hace que en algunos casos se lucre con las necesidades primarias de las personas que viven ahí generalmente gracias a la pésima calidad de los servicios ofrecidos por las instituciones gubernamentales y por algunas ONG ( por ejemplo: muchos niños presentan síntomas de carencias nutricionales debido al consumo exclusivo de pasta y papas o de arroz y lentejas). Mientras esperamos para hablar con el personal de la Cruz Roja notamos que se acerca tímidamente una joven afgana, pide de hablar con un médico. Raulana parece tímida, tan tímida que no estamos ni siquiera seguros de haber entendido bien su nombre pronunciado entre dientes, pero sobretodo parece cansada y, cuando comienza a contarnos, venciendo la desconfianza inicial, la apariencia se hace realidad. Raulana espera hace siete meses y ahora no confía más en nadie, demasiadas falsas esperanzas, demasiadas promesas traicionadas. No se puede permitir más errores porque Raulana no está sola, junto a ella están su pequeña hija de cinco años y la madre anciana que ahora se enfermó, motivo por el cual necesita un médico. Raulana y su familia no viven en el campo, no quieren por miedo a ser rechazadas, porque desde enero Afganistán ya no forma parte de la lista de países considerados “no seguros”. Pero Raulana sabe muy bien que seguramente en Afganistán existe solo el miedo, el miedo que cada día pueda ser el último para ella y para sus seres queridos. No quiere que su hija crezca en el miedo, sueña para ella aquel futuro que cada madre sueña para su hijo. Raulana, es madre pero es también hija, para ella existe también un futuro soñado, soñado por esa misma mujer con la que nos encontramos accidentalmente frente al container de la cruz roja, acá en el médico. El operador de la Cruz Roja no puede hacer demasiado por ella, sólo brindarle primeros auxilios, de lo contrario, es necesario llamar una ambulancia y presentarse en la guardia médica más cercana. Además, quien vive afuera del campo puede entrar solo para buscar agua, ni siquiera para usar el baño y esto explica el fuerte olor a cloaca que crece alrededor aumentando progresivamente el malestar y las ya precarias condiciones higiénicas. Como Raulana, decenas de familias viven alrededor del campo, sobre sofás improvisados, protegidos por los restos de un barco naufragado, lavandose en el agua contaminada del puerto. Una de estas familias nos invita a comer dátiles sentados en circulo en el piso y descubrimos que ellos en cambio quisieran entrar al campo pero que les han dicho de esperar – de nuevo la espera y el tiempo que se dilata perdiendo forma y sentido.- debido a la falta de lugar. Hablando con algunos voluntarios españoles y con los mismos inmigrantes que acampan ahí afuera, nos enteramos de que hay por lo menos cincuenta camas inutilizadas. Es en vano preguntarse por el sentido de distribuir mentiras como caramelos. Nos alejamos, saludando tristemente con la mano un numeroso grupo de niños y adolescentes que juegan a estar de vacaciones en el mar, zambullidos entre salpicones y risas en el agua contaminada de escorias y residuos tóxicos. grecia8-2.jpg A algunas horas de tren desde Atenas – experiencia de viaje que aconsejamos vivir de noche para entender plenamente las dimensiones del fenómeno migratorio en Grecia – se abren escenarios similares en los campos del gobierno en los alrededores de Salonicco. Falta algo en el campo del gobierno de Softex y enseguida no se entiende de qué se trata, pero después, al bajar del auto y avanzando entre las carpas con la garganta quemada por el sol y la sed, la cabeza que gira y las piernas que parece quisieran rendirse y se ponen flojas, entonces es claro lo que falta: en Softex, el único árbol presente supervisa burlonamente el limite externo del campo, en el resto ni un arbusto, ni un poco de pasto. Nada. Sólo piedras, tierra y alambre de púa. El calor es asfixiante, el plástico de los baños químicos brilla bajo el sol, nos ponemos a negociar con las respectivas vejigas para no estar obligados a ojear al interno de esa fila de hornos que deberían cumplir con las exigencias corporales primarias. Al lado de los baños una fila de lavabos, siempre bajo el sol. De espaldas una niña rubia y despeinada de aproximadamente seis años está lavando un tupperware. No sabemos por qué, pero es una de esas imágenes que no se borran, que quedan adentro y hacen mal aún sin un motivo aparente. Un único instante que muestra sin palabras la desolación de un lugar pero también la tenacidad y la cotidianeidad de quienes lo habitan. Pero no se trata sólo de tenacidad sino también de resistencia, la misma que lleva a los chicos a subirse a la torre de guardia para izar la bandera Right To Travel, y agitar las banderas por encima de todos los muros o alambres de púa, durante la manifestación de los activistas del No Border Camp a la cual participamos. Al limite del campo hay otras carpas, donde están las familias curdas de Rojava, los ojos claros brillan y resaltan sobre la piel oscura quemada por el sol. Algunos niños duermen apoyados en bancos de madera, fastidiados por el continuo zumbido de las moscas; las mujeres sonríen; los niños juegan con una decena de cachorros callejeros antes del encuentro. Domesticarlos es otro intento de encontrar rasgos de normalidad en una situación que de normal no tiene nada. Del otro lado del campo, cerca de la torre, en una estructura cubierta y murada, filas desordenadas de carpas continúan llenando cada espacio posible. Allí, Marta encuentra un colega y, como siempre, es una niña quien la toma de la mano y la arrastra hacia donde está el resto de su familia. En un instante, nos encontramos bebiendo jugo y comiendo maní. Imposible intentar rechazar el ofrecimiento, el huésped es sagrado también en un campo de prófugos. Mientras tanto, las niñas armadas de peine se improvisan peluqueras y la madre nos cuenta su pasado – del presente non hay mucho que agregar, suficiente son los ojos, y del futuro aún no se puede hablar mas allá de los sueños – llega el tímido padre y nos presentamos descubriéndonos colegas. Él, como Marta, era maestro en Siria, en una escuela primaria de la que era además el director. El encuentro no deja a Marta indiferente; puede sólo imaginar lo que significa perder un trabajo que requiere pasión y dedicación, tener que encontrar las palabras para explicar a los propios alumnos que la cultura da miedo a los señores de la guerra y por eso las escuelas, lugares de cultivo de libertad y autodeterminación, se transforman en objetivos sensibles, espacios que hay que destruir. grecia9.jpg También vamos a Oreakastro, cerca de Salonicco. Es quizás uno de los campos más decentes que hemos visto en lo que se refiere a las estructuras. Sin embargo, es demasiado evidente la pérdida de la cisterna oxidada (foto), única fuente de agua claramente no potable. Las carpas están ubicadas en filas ordenadas al interno de un enorme prefabricado, probablemente una ex fábrica. Son carpas espaciosas dotadas de ventilador y horno eléctrico en algunos casos. Existe un espacio destinado a escuela y actividades recreativas para los casi trescientos niños, es gestionado desde hace dos meses por una asociación religiosa griega junto con algunas voluntarias sirias. La minuciosa organización interna nos crea una duda rápidamente verificada, o sea, la previsión de mantener el campo por lo menos tres años antes de que se logre desbloquear de alguna manera la situación. Esto al menos es lo que nos dicen las instituciones presentes. Otro aspecto inquietante y engañoso es la presencia de un gran número de kioscos y puestos de venta de alimentos y otros objetos cuya disposición recuerdan los estantes de una biblioteca o un supermercado más que un caótico mercado callejero. Inicialmente, nos parece una iniciativa de microcrédito interno pero después nos damos cuenta que la respuesta más plausible, vistas las condiciones de las personas en el campo, es la presencia de un tipo de negocio interno donde los pocos que a este punto del viaje lograron guardar una cantidad de dinero suficiente, lucran con las necesidades de los habitantes del campo, fuertes de graves deficiencias en la satisfacción de las necesidades y en la suministración de las comidas por parte de las instituciones y de las ONG. No es agradable la sensación de entrar en masa en un campo, foto de acá, foto de allá, selfie con los niños, es fea la comparación pero nos sentimos turistas que visitan el zoológico, se arriesga olvidar el ser humano, perder de vista el respeto y la dignidad de las personas. Nos movemos tímidamente tratando de no invadir aquellos espacios miserables conquistados por quien desde hace demasiados meses vive en la precariedad y en la incertidumbre más absolutas. Una mujer, aparentemente muy anciana, vuelve hacia una carpa con dos bolsas de las compras. Bajamos la mirada como gesto de respeto, así fuimos educados a comportarnos con nuestros abuelos, pero ella nos hace seña para que la sigamos y comienza a hablarnos e un inglés impecable. Descubrimos así que Karima (nombre de fantasía) tiene 65 años mas allá de que las arrugas en su rostro demuestren diez más, viene de Siria donde estudió hasta el 1970, aprendiendo inglés correctamente. Su marido quedó ciego luego de la explosión de una bomba caída sobre el negocio en el que trabajaba. Logró mudarse a Alemania con su hijo para recibir las curas médicas y así Karima se quedó sola con su nuera y su nieto, que ahora tiene 10 meses. La vida de su nieto comenzó durante el viaje desde Siria hacia Turquía, después de 800 euros por persona y dos horas de bote para llegar a Lesvos con otras 36 personas. No existen bonos de descuento ni reducciones para el tráfico de vidas humanas, con un mes de vida su nieto tiene que pagar el billete entero, aún no lo sabe, pero tendrá que crecer rápido, la infancia para muchos sirios como él es un lujo que hoy no se pueden permitir. Desde Lesvos a Kavala y desde allí a Idomeni durante cuatro meses. Hoy son cinco meses que Karima y lo que queda de su familia viven en Salonicco en una carpa, dicen que están mejor que en Idomeni, pero que siguen mal. El nieto de Karima aprendió a gatear, trata de pararse, quien sabe cuales serán sus primeras palabras… La visita llegó a su fin, es tiempo de partir, nos sigue la mirada triste y profunda de Naam y aquella alegre y picarona de sus tres hijas Aya, Shaed y la pequeña Sara – princesa en un no reino – las vecinas de carpa de Karima. grecia10-2.jpg

Las respuestas de abajo son siempre las mejores: el City Plaza Hotel y los demás lugares de la Atenas que recibe

El City Plaza es un hotel cerrado hace seis años y ocupado por algunos activistas y migrantes desde abril de 2016. El hotel tiene siete pisos y 92 habitaciones en las que viven casi 400 personas, todas familias con hijos menores o ancianos a su cargo ( 112 mujeres, 92 hombres, 185 niños). Las nacionalidades de procedencia son principalmente Siria, Afganistán, Iran, Kurdistán, Iraq, Palestina y Pakistán. “¡Ciiiiiity plaza! ¡ciiiiiity plaza! ¡ciiiiiity plaza!” es el coro alegre de los pequeños habitantes volviendo al hotel después de la escuela de verano que frecuentan durante el mes de julio todas las mañanas. Los más pequeños los esperan en la escalera de ingreso, con el dedo en la boca, el peluche bajo el brazo, burbujas de jabón y una bicicleta sin pedales. Hay días en que todo parece normal, escenas de vida cotidiana, peleas por una sayara (autito), risas y llantos como cualquier niño. Hay días en los que no te das cuenta de aquel muñón en lugar del brazo, de esa mirada velada, de esa guerra que llevan adentro y que fluye en una discusión un poco subida de tono, en un llanto que no es fácil de consolar, en un abrazo demasiado fuerte para sostener. “¡Maifrien, maifrien!!!” (my friend) es el nombre con el que viene llamado cada rostro occidental, sin particular discriminación, anulando el miedo del forastero. Estos saludos buscan el contacto del cuerpo en un modo que puede resultar extremadamente afectuoso sólo a quien no está acostumbrado a tratar todos los días con cachorros humanos, pero que deja un escalofrío sutil bajo la piel a quien conoce la timidez común y la sana desconfianza que acompaña el encuentro con quien se ve por primera vez. “My friend” es la esperanza, la búsqueda de un aliado o de un salvaconducto para el adulto; “maifriend” es el caramelo, una hoja blanca que rápidamente se tiñe de rojo sangre, de negro de humo, de gris de escombros “casa maifrien….bum, Surya!”, una hoja lisa que se dobla precisa en lineas marcadas y se transforma en avión, un avión para lanzar, un avión que lanza … grecia11.jpg Los niños están por todos lados en el City Plaza, los encuentras en las escaleras, en el pasamanos, en la cocina, en el hall, en los balcones y después, sales a la calle y hay otros y esos son niños que no quisieras encontrar, porque estas obligado a decirles: “No, lo lamento, el hotel está lleno, no hay más lugar” “se puede entrar para hacer pis pero después enseguida afuera” “ el agua te la voy a buscar yo, no es verdad que tu mamá vive en el piso de arriba” “ dije no, no se puede”. Y todo esto no es importante en que idioma lo dices porque un niño seguirá insistiendo, porque un niño no puede entender el motivo del no. Y está bien que no lo entienda, nos sirve para recordarnos seguir siendo humanos. A ninguno de los voluntarios del City Plaza le gusta rechazar y cerrar la puerta, motivo por el cual el turno de seguridad y recibimiento es quizás el más agotador y menos deseado. Controlar el pass, pedir explicaciones, recibir de regalo fragmentos de historias y después tener igualmente que bajar la mirada y murmurar, “no, no hay lugar”. Pero no es maldad, es necesario para no convertir el hotel en el enésimo campo de prófugos inhabitable e insalubre. Para salvaguardar dignidad y personas, para poder vivir y no sólo sobrevivir. Porque de seres humanos se trata, no de pollos enjaulados. grecia12.jpg Cada familia del hotel ocupa una habitación, cuyo número es funcional además para anotar en una pizarra los turnos de limpieza y cuidado de la estructura a cargo de todos los habitantes. En el primer piso, en otra pizarra, los voluntarios indican la propia disponibilidad para realizar en distintos turnos las siguientes funciones: seguridad, cuidado de los niños, traducciones, cocina. Y en la cocina, entre humos, perfumes y pilas altísimas de platos para lavar, recojemos nuevas historias. Christian, chef griego-chileno que se presenta con un pasado dolorosamente vinculado con la dictadura, padre asesinado por Pinochet y de consecuencia la primera emigración, una infancia transcurrida con mamá y padrino griego y después la segunda emigración en Eslovenia y la elección, esta vez consciente , de no hacer raíces, de elegir una profesión itinerante, una casa rodante, los ingredientes justos, atención al paladar y al ojo y tantas ganas de no detenerse. Christian está acostumbrado a cocinar para muchas personas, en distintos lugares, pasando de un festival al otro, de un rostro a otro, del norte al sur del mundo. Pero del City Plaza a Christian le cuesta irse, su espíritu libre sin ataduras ni límites lo empuja a retomar el viaje pero hay algo que lo frena y lo tiene anclado a la cocina del hotel, a los hábitos alimenticios de sus huéspedes. Cada día nos saluda, “mañana me hago un tatuaje y me marcho” pero “mañana” parece no llegar nunca. Hasta que un día Christian ya no se encuentra en la cocina. En su lugar está Ahmed. Viene de Homs, 35 años, dos hijas, tenía una casa grande, dos autos y una pastelería de su propiedad. Ahora le quedan las fotos en su celular, fotos de tortas de cuento, tortas de matrimonio de tres pisos, tortas de cumpleaños glaseadas y decoraciones de todo tipo, tortas de chocolate, de crema, de fruta. Ahmed nos muestra todas las fotos de sus amadas creaciones mientras afirma que después de haber vivido la guerra y la fuga lo único que cuenta es estar vivo y con la propia familia pero, cuando la carpeta llega al final, baja los ojos, suspira – “Before” – murmura entre dientes. grecia13.jpg Pero el City Plaza no es sólo el ejemplo de una ciudad y de un país que está encontrando desde abajo el modo para dar dignidad y futuro a los migrantes. Como dicen los mismos activistas locales, la crisis económica ha fortalecido las redes de solidaridad informales entre los mismos griegos y estas redes, hechas de mucho coraje, voluntariado y empeño social y político, fueron luego la base de inicio para las numerosas iniciativas de apoyo a los migrantes que llegaron a Grecia. En este momento sólo en Atenas hay una veintena de espacios ocupados (o “squat”) y surgen principalmente en la zona de Exarchia, barrio histórico de los movimientos antirracistas y antifascistas atenienses. Uno de los primeros y de los más activos es Notara 26, un edificio de la Municipalidad de Atenas ahora abandonado y ocupado por algunos activistas – griegos y no – a fines del 2015 luego del cierre parcial de la frontera de Idomeni. Otro se encuentra en Calle Arachovis, aconsejados por algunos amigos nos dirigimos hasta allí y encontramos una escuela. ¿En Julio están abiertas las escuelas de Atenas? nos preguntamos. Se ve un vaivén continuo de estudiantes pero, observando mejor, entre los niños se distinguen también rostros adultos, incluso de ancianos. Es una escuela ocupada que dejó de funcionar hace tiempo porque no cumple con las normas o porque quedó inhabitable después del terremoto, una escuela sin bancos, sin sillas ni tizas. Pero en el patio parece siempre la hora del recreo. En el patio encontramos a Tabara, o mejor dicho, Tabara nos encuentra a nosotros. Tiene 10 años, la piel oscura, y en el cabello recogido en tres trencitas, una sonrisa contagiosa, habla un ingles óptimo y nació en Daraa. Esta ciudad corre el riesgo de terminar en los libros de cuentos del mañana “Érase una vez la magnifica ciudad de Daraa..” porque es el símbolo de la guerra que desgarra a Siria y de ella hoy sólo quedan escombros y fantasmas. Tabara lo sabe pero no renuncia al arroz y en dos minutos ya estamos jugando con ella, Zhara, Mariam y Sheimaa. Los abrazos de Tabara te dejan sin aliento, son tan apretados como las trenzas que insiste en hacer a Marta “¡Jidduli, my friend, jidduli!” pero si de una lado hay una niña, del otro ya existe una joven mujer que sabe aceptar sin caprichos el final de un juego, el momento del saludo. Y entonces vuelve la niña cuando logra sacarme una semi promesa: “Bukra?” (mañana?) “No sé Tabara, quizás, no te lo prometo” dice Marta. No puedo prometer, mi joven amiga no necesita más desilusiones. Pero cuando el día después volvemos y vamos a buscarla, somos nosotros los quienes estamos más felices de verla, nosotros nos volvemos niños por un momento cuando nos reciben con nuestro nombre en lugar del abusado “maifrien”. Tabara agarra de la mano de Marta, abre la tienda armada en una vieja aula húmeda y vacía en el sótano de la escuela, la obliga a seguirla y le presenta a su mamá. La mamá de Tabara está sentada en el piso, peina su largo cabello. Besa a Marta y juntas buscan las palabras, los gestos para entenderse, sonríen cada vez que lo logran mientras Tabara peina su muñeca. Pero ahora las niñas son ellas, tan distintas en sus vivencias y en los idiomas pero mujeres por igual. Y luego llega de nuevo el momento más feo, el del saludo. Sin promesas. grecia14.jpg Lugares de crecimiento y de educación convertidos en lugares de supervivencia, clases que se vuelven campamentos, bancos que dejan lugar a las carpas. Y un torbellino de emociones y vivencias de sufrimiento y cansancio pero también de solidaridad, de bienvenida, de ganas de un mínimo de normalidad. A pocos pasos del City Plaza hay otra escuela, en la Calle Acharnon. La primera vez pasamos de noche, nos detenemos intrigados por el movimiento y las voces en el patio interno. Un centro social, ¿una fiesta de inicio de verano? No teníamos invitación pero la puerta estaba abierta y entonces entramos. Adentro las típicas carpas, muchísimos mosquitos, un niño empuja otros dos en un carrito del supermercado. Un señor se acerca, se presenta, es kurdo pero viene de Irán que no es lo mismo que ser kurdo y venir de Siria pero que desde el 1 de Julio es más parecido a ser kurdo y venir de Irak. Porque los derechos humanos en esta época histórica están en movimiento constante y basta un día para pasar de estar a salvo a ahogarse. En cambio, lo contrario no sucede jamás. Se arriesga así de pasar de una guerra civil a un guerra entre pobres donde es necesario hacer enormes sacrificios y esfuerzos constantes para no sentirse discriminado en base a la propia procedencia, al propio status y esfuerzos aún mayores para aceptar de serlo sin por esto odiar a quienes hoy son parte de los salvados. Es necesario recordar que se está a salvo sólo en palabras por el momento. Ninguna certeza, ninguna casa, ningún trabajo, ningún lugar donde recomenzar a vivir. Ahogados y salvados en Atenas, como en el resto de Europa, sobreviven en un tiempo suspendido, donde, entre pasado y futuro, queda sólo un presente dilatado y agotador. grecia15.jpg

El regreso de quien es libre de viajar

Al volver de Grecia hemos necesitado tiempo, no un tiempo suspendido e informal como el de los campos, sino un tiempo intenso y necesario para procesar las emociones, todas, sin excluir ninguna, para después reelaborar y recordar los rostros, para darles nombre y fijar en papel aquello que en el corazón es indeleble desde el primer instante. Un tiempo que muchas veces falta en el frenesí y en el descuido de nuestras vidas cotidianas; bombardeados de noticias mediáticas generalmente parciales cuando no falsas, detrás de lo que se esconde el intento de acostumbrar las mentes alternando momentos frecuentes de inyecciones de miedo y odio hacia los prófugos trasformados en masa indistinta – sin rostros, historias, sueños, emociones – a otros, mas esporádicos, de estériles y cómodas compasiones que duran el tiempo de un articulo o de un servicio televisivo promoviendo una hipócrita cercanía a las tragedias que dura un instante y que no afecta de un milímetro nuestras vidas, ni lleva a las preguntas sobre las causas de tales tragedias. Es esto lo que transforma las personas en números, el humano en títere, la víctima en verdugo. Se normalizan y se subestiman muerte y sufrimiento pero también el odio y la indiferencia. Este tiempo que nos tomamos nos sirvió para restituir, al menos en mínima parte, grandeza y dignidad a cada una de las personas que hemos encontrado y también para compartir con ustedes los fragmentos de historias que nos regalaron con mucho coraje. Davide Carnemolla e Marta Peradotto

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