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La historia de Sofía, el desplazamiento forzoso y acogida digna en Tijuana

Cuarta parte del reportaje «Tijuana. fronteras, resistencias, sueños»

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Esta cuarta parte del reportaje de Andrea Miti 1 ofrece la perspectiva de una de las mujeres que viven en el albergue Border Line Crisis Center de Tijuana 2, del que hablamos en el último artículo con Judith, la directora.

El modelo de albergue pretende ofrecer una acogida libre de prácticas comunes a muchas ONG, que a menudo confunden seguridad con control, sin reconocer las acciones de las personas, sus capacidades, su autonomía, aplastadas bajo el peso de la palabra “migrante”, que conlleva clasismo, racismo y despersonalización. El testimonio de Sofía es el de una mujer que, en un espacio que pretende promover la escucha, el respeto y la sanación, dice haberse redescubierto a sí misma y sus propias capacidades.

Fachada del albergue Border Line Crisis Center

La historia que les contamos hoy es la historia de muchas mujeres mexicanas. El tema de desplazamientos internos forzados es un tema enorme en México, sobre todo en los últimos años, y es curioso observar que los reporteros y trabajadores de organizaciones extranjeras siguen sorprendiéndose mucho al ver que una parte muy grande de los residentes en los albergues de Tijuana se compone de personas mexicanas. La mayoría proceden de Guerrero, Michoacán, Jalisco y Guanajuato. Estos son estados en los que los grupos del crimen organizado se han vuelto más violentos en los últimos años, una consecuencia dramática de los cambios en el poder político y económico vinculados a la violenta guerra contra el narcotráfico entre 2007 y 2010 3.

Familias enteras abandonan sus lugares de origen debido a las amenazas directas de los grupos del crimen organizado, en una situación en la que el Estado es incapaz de salvaguardar sus derechos y protegerlos de esta violencia, una violencia profundamente arraigada en la pobreza, la impunidad, el machismo, el capitalismo, y la imposibilidad de rescate social. El gobierno mexicano se niega a declarar que se trata de un conflicto armado y esto repercute en su gestión, y se convierte en una barrera de acceso a los servicios para la población desplazada.

Por estas razones, las instituciones han tardado mucho tiempo en proporcionar nombres y cifras en relación con este fenómeno. No fue hasta 2022 cuando se publicaron estadísticas gubernamentales que intentaban presentar sus dimensiones, las características sociodemográficas de las víctimas y, sobre todo, reconocerlas como tales. El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos informó haber recibido más de 34.000 solicitudes de asilo de mexicanos en el año 2019, la cifra más alta de los dos años anteriores 4.

En 2019 el Consejo Nacional de Población de México dio a conocer el Perfil socio-demográfico de la población que cambió de vivienda o residencia para protegerse del crimen organizado, y finalmente la Secretaría de Gobernación publicó el documento Desplazamiento interno forzado en México y el mundo 2020, aunque se trata de una aproximación 5.

Se reconoce el género como un elemento estructural del desplazamiento interno forzado, admitiendo que el fenómeno no afecta por igual a hombres y mujeres, en la medida en que son acompañados de discriminación y violencia vinculadas al genero. El predominio de las mujeres es sistemático. Las historias que se escuchan tienen que ver con el asesinato de un esposo, de un hermano, de otros miembros de la familia, tierras en disputa, un negocio demasiado conveniente, de un préstamo que no se pudo pagar. Otro fenómeno preocupante y vinculado es el reclutamiento forzoso de jóvenes a partir de los 10-13 años para unirse a grupos o bandas criminales.

La situación particular de las mujeres desplazadas por la violencia incluye otras vulnerabilidades importantes: además de la cuestión de género, obviamente siempre presente en el contexto mexicano, las familias desplazadas no han planificado su partida. Un día ocurre algo terrible que les obliga a coger las pocas cosas que pueden llevarse y huir a otro lugar. En nuestro caso, al norte, a Tijuana, sin estar seguras de que las personas que les obligaron a huir no les están siguiendo para conseguir algo más, dinero o venganza. Una cuestión de vida o muerte, vidas desarraigadas de repente por la violencia, en busca de seguridad.

La decisión de abandonar el lugar donde uno ha vivido toda su vida, cruzar y llegar a lugares donde no se conoce a nadie no es fácil, pero no hay tiempo para reflexionar sobre si es conveniente o no. Desde principios de año, el albergue Border Line Crisis Center acoge principalmente a mujeres mexicanas y a sus hijos.

La demografía del flujo en Tijuana depende de muchas cosas, principalmente de lo que ocurra en la frontera sur, donde las autoridades mexicanas suelen impedir el paso a los migrantes centroamericanos, o de las peligrosas rutas para llegar a este rincón del norte, la ciudad fronteriza más lejana. Pero es la población mexicana la que más se ha visto, siempre al menos el 50% de la población del albergue.

Sofía es una mujer que, como muchas, tomó una decisión por el bien de sus hijos. No estaba planeado, no buscaba mejores oportunidades laborales, nunca había pensado en abandonar su lugar de origen, y tuvo que hacerlo sola con sus hijos. Un día, fue demasiado y tomó la decisión de dejar su pueblo y venir a Tijuana. Es una mujer fuerte, con las ideas claras, y nos quiso contar espontáneamente su historia, sus experiencias y sus pensamientos.

“Vine aquí huyendo de mi casa. Secuestraron a mi hijo de 13 años. Se lo llevaron a trabajar con ellos. Presenté una denuncia por desaparición. Desgraciadamente me di cuenta de que los fiscales no iban a hacer nada. Me dijeron: ‘Sabe que puede encontrar a su hijo vivo o muerto, o en la cárcel?’. ¿Cuál es la ventaja si no presento una denuncia?’ le dije, y me dijeron: “Bueno, la ventaja es la misma, lo haga o no, nada cambiará”.

“Al cabo de tres o cuatro días, me llamaron por teléfono diciendo que habían encontrado un chico que quería hablar conmigo. Era mi hijo. ‘Mamá, estoy trabajando, estoy bien’ y me dijo que hablara con el fiscal para retirar la denuncia. No lo hice porque sabía que le estaban obligando. Una vez mi hijo me pidió ropa y se la llevé. A lo lejos había gente con pistolas y armas. ‘No se te ocurra hacer una foto porque aquí nos matan ahora mismo’. Le abracé mucho diciéndole que le quería mucho.”

“Pasó el tiempo. Dejé de trabajar, caí en depresión, no iba a trabajar, no quería salir de casa, me quedaba allí, no comía. Pensaba en mi hijo. Estuvo secuestrado durante un mes. Un día le tendieron una trampa. La policía les siguió, avanzaban en moto. La furgoneta de la patrulla les adelantó, la moto derrapó y mi hijo tuvo un accidente mientras se encontraba con la misma persona que le había secuestrado. Gracias a Dios mi hijo sobrevivió, pero se rompió la mano, se lesionó el pie y perdió la memoria. De repente todavía se olvida de las cosas. Cuando se recuperó tenía mucho miedo de estar en el hospital, temía por su vida. Tuvo un ataque de nervios, temía que le estuvieran buscando y quisieran matarlo. Gracias a Dios lo saqué de la fiscalía. No fue muy difícil porque estudiaba y pude conseguir cartas de personas que le conocían y que podían confirmar que era un buen chico. Mucha gente sabía cómo eran mis hijos”.

Sofía abandonó su pueblo de repente, junto con sus hijos. Unos primos la llevaron a un rancho. La historia de Sofía representa la voluntad de permanecer en el propio lugar, hasta que esta voluntad se rompe tras la última gota, demasiado pesada. Hace algún tiempo, mientras paseaba con su marido, fueron atacados con armas de fuego. Fue un error de un grupo del crimen organizado, se equivocaron mientras buscaban a otras personas. Su marido murió allí, en la calle. Ella sobrevivió, pero con ocho balas en el cuerpo. Aún tiene problemas de salud a causa de lo ocurrido. Incluso entonces Sofía no pensó en marcharse. Sabía que no había hecho nada y que sus hijos estaban a salvo. Tuvo otro marido. Lo secuestraron, “se lo llevaron” y del que nunca supo nada. Sin embargo, ella no quería marcharse.

Los acontecimientos relacionados con su hijo no le dejaron ninguna duda: “Soy madre y mi deber me dijo que tenía que irme con mis hijos. Mi tía me dijo que me quedara un tiempo en su rancho mientras buscaban la forma de llegar a Tijuana y desde allí intentar pedir asilo en Estados Unidos”. Se fueron. Lo dejó todo y se marchó con sus dos hijos. Sabía que lo buscaban y lo iban a matar, pensando que iba a hablar.

“Nunca pensé que llegaría aquí, y mucho menos con mis hijos. Vivía bien, me gustaba donde vivía, me gustaba mucho vivir allí. No salía mucho, pero era mi vida. Iba a comprar al mercado, paseaba por la plaza. Cuando llegué aquí, un hombre en El Chaparral me indicó el albergue. Toqué y una mujer haitiana muy alta, no recuerdo su nombre, salió y me hizo esperar porque no hablaba español. Venía con la directora de aquí, Judith. Me dejaron entrar y nos dieron una pequeña casita de campaña.” 

“Cuando llegué a Tijuana, no conocía nada ni a nadie, no sabía adónde ir. Pasamos la primera noche en un hotel y la segunda caminamos hasta este albergue. Y aquí sigo. Venir aquí también fue un descanso prácticamente. Vine aquí para esperar a ver qué pasaba. Al mismo tiempo tenía miedo de muchas cosas. De que pudieran encontrarnos. De que mis hijos pudieran empezar a consumir drogas, el vicio de mucha gente de la calle aquí alrededor.”

Este fue el comienzo de la espera aparentemente interminable a la que están condenadas las personas en los albergues de Tijuana. Es el cuello de botella. Después de atravesar todo México, las ciudades de la frontera norte se convierten en lugares de espera. La frontera sigue cerrada. Estados Unidos se niega a recibir a los solicitantes de asilo como debería, se les rechaza en la frontera, independientemente de su nacionalidad. La organización binacional Al Otro Lado, junto con otras organizaciones y grupos de solicitantes de asilo, demandaron en julio de este año a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) y al Departamento de Seguridad Nacional (DHS) por rechazar a solicitantes de asilo en la frontera y obligarles a utilizar la aplicación CBPone para ser procesados 6.

“La verdad es que me fui con mucho miedo, pero cuando llegué aquí sentí seguridad, sobre todo por mis hijos. Me sentí protegida. La vida en el albergue es muy desesperada al principio. Llegué con la intención de conseguir mi objetivo, pero tuve que esperar. Con el tiempo lo entiendes y tienes que encontrar un equilibrio, tienes que esperar y adaptarte”

“En el albergue se crean muchos conflictos por los cotilleos, los malentendidos, el estrés, la desesperación, la gente a veces parece desagradecida por lo que tiene. Pero mientras estamos aquí todo es nuestro y nos ocupamos de ello. Nos ayudamos y nos apoyamos, y aqui buscan lo que necesitamos. Nosotros sólo tenemos que ayudar, cuidar el lugar y nuestros hijos. Tenemos un techo, comida, atención, y todas tenemos problemas, pero debemos respetarnos, con paciencia. Debemos evitar que nuestros problemas afecten a los demás. Estar en este albergue fue una gran experiencia. Vivir con tanta gente sin ser una familia, y al final todos se convierten en una familia. Ahora que muchos se van, nos sentimos tristes, porque estamos acostumbrados. Con aquellas a las que tenemos cariño, nos duele despedirnos de ellas. Pero esto es necesario y seguiremos adelante.”

“Aquí me sentí libre. Siento que todo lo que hice lo hice por voluntad propia. Nadie me obligó a estar aquí, nadie me obligó a hacer nada aquí, y lo que hice lo hice con el corazón. Todo estaba siempre a mi alcance. Mi estancia aquí fue muy experimental. He experimentado y aprendido muchas cosas. Aprendí a respetar y a ser respetada. Me di cuenta de que tengo un valor muy grande. Dios sabe cómo he sobrevivido a tantas cosas. Pero me hicieron sentir que lo puedo todo. Me hicieron sentir la fuerza que tenía. Sentí mi valor, algo que no había sentido en mucho tiempo. Una experiencia inolvidable”.

“El espacio que me dieron y la responsabilidad que tuve me hicieron darme cuenta de que tengo ese poder. Se te da la oportunidad de conocerte a ti misma, de conocer este poder. Algo que me gustaría que muchos pudieran experimentar. Sentí que mi voz era escuchada y que las decisiones del albergue me respetaban, ahora sé que yo también puedo dirigir un albergue”.

El albergue Border Line Crisis Centre participó en la marcha del 8 de marzo, una marcha que tiene un enorme peso político en México, debido a los números de feminicidios, desapariciones de mujeres, violencias de género frente a un estado que fatiga a actuar 7. El ambiente creado por el albergue hizo que Sofia sintiera que las mujeres de la ciudad tienen mucho más valor comparado con otros lados de México.

“Participé en una marcha muy bonita el 8 de marzo, en defensa de los derechos de las mujeres. Lo único que no me gustó fue que no pude subir a los coches de policía y prenderles fuego. Era la primera vez que participaba en una marcha. Nunca había visto nada parecido. Nunca había visto a tanta gente en pie por los derechos de las mujeres. Había miles y miles de mujeres. Solo mujeres. Todas estas acciones te dan valor, que eres una mujer, no te mereces esto, tienes valor. Me hizo sentir que México puede cambiar, con el apoyo mutuo. La verdad aquí, siento que algo puede cambiar. Luchar.”

Tras cuatro meses en Tijuana, Sofía pudo por fin conseguir una cita para ir al puerto de entrada de San Ysidro y comenzar el proceso de asilo entrando en Estados Unidos. Como para muchas personas en su misma situación, son muchas las dudas, la falta de claridad del sistema de asilo en Estados Unidos, la arbitrariedad de todo el proceso. Las posibilidades de éxito son muy escasas. La violencia generalizada, el haber sufrido violencia o amenazas del crimen organizado en México pueden no ser suficientes si su historia no convence a un juez. México es el tercer país “seguro”.

“Ahora me siento más tranquila, pero al mismo tiempo asustada. Sé que iré a un lugar seguro, por mis hijos y por mí misma. Podré ocuparme de mis problemas de salud y mis hijos estarán a salvo. No será fácil, pero tenemos que seguir adelante. Ahora tengo miedo de ir a otro lugar, donde no conozco a nadie, aunque mi familia esté allí’.

El río Tijuana en el atardecer

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  1. Biólogo de formación, soy activista de derechos humanos desde hace muchos años, primero en Italia, en Bolonia, y luego en Tijuana, México. Aquí me especializo en migración internacional y colaboro en diversos proyectos con asociaciones civiles para la protección de los derechos de los migrantes, trabajando en centros de acogida y con asociaciones binacionales. En particular, me interesan los proyectos comunitarios con fines educativos y con enfoque de género
  2. Página web de la organización
  3. El fracaso de una estrategia: una crítica a la guerra contra el narcotráfico en México, sus justificaciones y efectos, César Morales Oyarbide – Nueva Sociedad (2011)
  4. Refugees and Asylees: 2019
  5. Perfil sociodemográfico de la población que cambió de vivienda o lugar de residencia para protegerse de la delincuencia, Conapo (2019)
  6. Activistas pro migrantes interponen demanda colectiva por CBP One (agosto 2023)
  7. El aumento en la violencia de género